SER COMUNIDADES DE FE EN LOS INICIOS DEL SIGLO XXI
De la nostalgia a la utopía, desafiados a cambiar. SERGIO BERTINATSe mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración. Todos estaban asombrados por los muchos prodigios y señales que realizaban los apóstoles. Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común: vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, Hechos 2: 42-4
El lema sobre el que se nos propone reflexionar en este Sínodo, es como mirar un detalle en una foto. El texto completo es como una foto, pero no una foto sacada al azar, se trata de una foto preparada, de esas para tener como el recuerdo de un momento muy querido. Es una linda foto. Pero una foto refleja un instante, algo lindo que queremos guardar y volver a ver. Una foto no refleja la vida que hay detrás de ella. La vida no es tan preparada, la vida transcurre y la vivimos, y ahí no siempre tenemos tiempo de estar en pose.
Por eso esta foto de la iglesia primitiva nos gusta, que lindo ser parte de una iglesia así. Ante tanta idealización bien vale recordar aquello que canta Sabina: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.”. Y viene bien tener presente esta afirmación, al releer esta síntesis que Lucas hace de la comunidad naciente. Se nos cuenta de la iglesia como esa comunidad soñada, casi perfecta. Que por cierto es nostalgia, añoranza de algo que jamás sucedió. Y el mismo Lucas se encarga de mostrarnos cuán humanos resultaron ser aquellos pioneros, ya que no todos eran tan generosos como se esperaba (Ananías y Safira), y pronto tendrán que enfrentar la discriminación y la injusticia que entre ellos se generaba (diferencia en la atención a las viudas), y también tendrán que ampliar el liderazgo porque todo estaba quedando en manos de unos pocos (nombramiento de diáconos). De todos modos, está bueno detenernos en algunas de esas cualidades que nos muestran a una iglesia sana, viva; que se constituye en un modelo a tener presente y por el cual trabajar. Una iglesia sana es una iglesia que aprende. Dios tiene cosas buenas para enseñarnos en su Palabra. Y allí están quienes compartieron el día a día con Jesús, ellos tienen mucho para compartir. Testimonios que en esas escuelas de vida nueva, se fueron haciendo evangelio… Marcos, Lucas, Mateo, Juan. Lo segundo que descubrimos es que es una iglesia que ama. Los hermanos y las hermanas se mantenían firmes en la comunión. Y digo hermanos y hermanas porque esa comunidad, descripta por Lucas, tiene varones y también mujeres (Hechos 1:14). Esta palabra perseverar en la comunión, se refiere a la vida compartida de las personas unidas por el vínculo profundo de la fe. Es estar atentos los unos/as de los otros/as. Este compañerismo no se trataba simplemente de pasarla bien juntos, de compartir ratos de alegría, incluso compartiendo las comidas. Eran solidarios, se ayudaban, oraban y compartían el pan con alegría y sencillez de corazón, y ponían en común los recursos que tenían con el claro objetivo de que nadie pasara necesidades. Sin duda, nuestra manera de ser comunidad se ha ido desdibujando. ¿Cuánto queda de ese amor por aprender y enseñar, por buscar en la Palabra, en la vida de Jesucristo fundamentos y valores para nuestro vivir? ¿Cuánto queda de ese espíritu de comunión y de desprendimiento que está en los orígenes de nuestro movimiento, y que sin idealismos tenemos aun en la memoria fresca en los procesos de colonización en el Río de la Plata? ¿Dónde ha quedado el protagonismo gestor de comunidades, escuelas, cooperativas; ese protagonismo gestor de futuro? Hoy demasiadas veces nos vemos envueltos en la nostalgia, en la añoranza de aquellos tiempos. Nuestras memorias significativas están cada vez más lejanas, y a su vez tan agigantadas, tal que esos recuerdos en lugar de motivarnos nos aplastan, nos deprimen. Estamos transitando un tiempo difícil, porque estas características de la realidad no están sólo en la iglesia, por tanto éste, el que nos toca vivir, se vuelve un tiempo de desafíos: para comprender lo que pasa, y para encontrarnos con la oportunidad de redescubrir el Evangelio que se convierta para las personas de hoy, en buena noticia. El tiempo presente ha de estar motivado por las búsquedas. Y precisamente para este tiempo que bien nos viene esta frase de Albert Einstein, quien dijo: “Es una locura seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes”. Una afirmación que sintetiza el espíritu conservador que adormece a buena parte de la humanidad, y que por cierto los cristianos hemos adoptado hasta con gusto. Nos encanta pensar que determinadas formas o incluso pensamientos son verdades eternas, que ya tenemos a Dios guardado en nuestros moldes, viejos rituales, tradiciones repetidas de memoria. Pero cuando esos símbolos y signos ya no significan, se vuelven vacíos y vamos perdiendo las ganas (perseverancia), y cada vez nos comprometemos menos, y somos menos los que tenemos ganas de seguir adelante, y por tanto la comunión es más un deseo que una realidad. Pero el mismo texto nos da algunas claves para animarnos a cambiar, a innovar, a buscar resultados diferentes. Lucas señala que se reunían en el templo y en las casas. Parece una suma, pero ello nos habla de un proceso de transición, de cambio. Nos habla de que la comunidad primitiva, sin romper drásticamente con lo viejo; se animó a emprender cosas nuevas. Empezó a dejar el molde del templo, modelo de lo ritual, lo institucional, lo jerárquico; para buscar la comunión, la horizontalidad, el compartir, ser comunidad participativa, en aprendizaje, en dialogo. Hay en esto un aspecto que no debemos relativizar, y es el asombro con que viven esa experiencia de milagros y señales hechos por medio de los apóstoles. La comunidad, su vida de profunda comunión, es espacio para la sanidad, la restauración de vidas. También nos dice que “comían con alegría y sencillez de corazón”. Recuperar lo simple y lo sencillo nos permitirá recuperar la alegría. Esa alegría perdida en este proceso de institucionalización legalista en el que fuimos cayendo como en una tela araña que nos fue inmovilizando, adormeciendo, acostumbrándonos y haciendo creer que así fue siempre, y que nada nuevo se puede esperar. Y ¡si, hay que esperar!, esperar, mirando al pasado pero disparando al futuro. Ese futuro, que no está escrito, que hay que construir, para el que hay que estar abiertos, sensibles, disponibles. Y esta actitud de apertura y de inclusión es fundamental. Porque se trata de que lo comunitario no se constituya en espacio cerrado, sino en una invitación a la incorporación e inclusión de nuevas personas, superadora de los miedos a lo nuevo, a los nuevos y las nuevas, y se atreva a compartir incluyendo nuevas vivencias. Aquella comunidad nacía con una fuerte identidad racial, la judía; pero con el desafío de llegar a todas las personas, de otras razas, de otras culturas, de otras lenguas. Nadie ha dicho que sea sencillo, y no lo fue para aquella comunidad que tuvo sus dudas, debates y decisiones que tomar (Pedro y Cornelio, la asamblea de Jerusalén); pero que se atrevió a enfrentar el desafío de cambiar, de lo nuevo. Por ello no podemos esperar cambios haciendo siempre lo mismo. Es imperioso atrevernos a iniciar procesos nuevos, emprender búsquedas, asumiendo el tiempo que estamos viviendo. Es necesario salir del agobio que implica seguir añorando tiempos pasados. Entonces ¿qué queda de ese planteo de una comunidad ideal? ¿Qué posibilidades de realización tiene en medio de nuestra realidad? Parece un sueño, y alguien ha dicho que los sueños, sueños son. Y la realidad del tiempo en el que nos toca vivir y testimoniar a Jesucristo nos pone claramente ante una dura y difícil realidad. ¿Qué sentido tiene hoy hablar de perseverancia o constancia, si el espíritu de este tiempo es de cambio constante, de cortes, de flashes, de zapping? ¿Qué lugar queda para la comunión y la solidaridad, si lo importante soy yo, y yo, y mi derecho a pasarla bien, y nada más? ¿Cómo encontrar espacios para compartir una charla, una comida, celebrar juntos, en una sociedad conectada virtualmente? Esto es verdad, pero tener sueños es estar de pie, es tener proyectos. Como no recordar aquello que tan bien dice Galeano, recogiendo una respuesta del cineasta argentino Fernando Birri a la pregunta desafiante ¿Para qué sirve la utopía? “La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. ¿Entonces, para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.” Esta etapa que nos toca vivir, denominada posmodernidad, es más que la etapa que sigue a la modernidad, es una reacción crítica y enojada a ella, es expresión de decepción porque esa utopía de una humanidad madura y cuyo progreso le daría el tan deseado estado de bienestar, y que en algún momento pareció estar al alcance, se desvaneció entre las manos. Es una etapa marcada por el desencanto. Y aquí estamos. ¿Nada que esperar? Mucho que esperar. Todo que esperar. Para los cristianos la esperanza será siempre el motor de sueños y utopías. Jesús puso la semilla del Reino de Dios, con ese aquí y ahora, pero todavía no. La plenitud del Reino es la meta. Y en esa perspectiva debemos trabajar conscientes de que ese objetivo último del Reino de Dios nos estará incitando y provocando siempre, ante cada injusticia, ante cada hecho de violencia, ante cada actitud de rechazo o discriminación, ante cada realidad de muerte. Por ello este hermoso relato de la comunidad en los comienzos será siempre un sueño, una utopía. Será siempre una invitación a construir la comunión, la hermandad, procurando el bienestar y la alegría de vivir, estando abiertos a todos quienes se motiven con esos mismos intereses. Este es el momento que Dios nos ha concedido, y como en otros, él está aquí, viviéndolo, sufriéndolo, amándolo, e invitándonos a seguir soñando, y a cada día trabajar por esos sueños. Sergio BertinatEs pastor de la Iglesia Valdense en San Martín, provincia de La Pampa, Argentina. Este artículo constituye el texto del mensaje predicado en el último Sínodo de la Iglesia Valdense en Playa Fomento, República Oriental del Uruguay.
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