SOBRE EL NACIONALISMODecidimos publicar este breve ensayo sobre el tema, dada la pertinencia del mismo para todo hombre y mujer de nuestros días, en especial quienes afirmamos nuestra fe cristiana y estamos comprometidos a vivir como ciudadanos del reino de Dios, en medio de “los reinos de este mundo”. OLM.
“Amo demasiado a mi país para ser nacionalista”. Albert Camus, (1913-1960), autor y filósofo francés. “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”. Stefan Zweig (1881-1942). Escritor austríaco. Prefacio de “El mundo de ayer”. “El nacionalismo tiene efectos perversos porque aísla y siempre es contestado por otro nacionalismo. El nacionalismo no es un sentimiento, sino una ideología que abandona la racionalidad y puede ser programada entre la masa como cualquier otra, como el racismo”. Herta Müller, 1953. Novelista, poetisa y ensayista rumano-alemana, Premio Nobel de Literatura 2009. “El nacionalismo, lo mismo el centralista que los periféricos, es una catástrofe en todas sus manifestaciones. Es siempre fuente de crispación, de confrontación y de violencia, y eso no excluye al nacionalismo que juega a la democracia al mismo tiempo que a la exclusión. Es una ideología que levanta fronteras, excluye al otro y menosprecia lo ajeno, porque en definitiva se es nacionalista contra los demás. En última instancia, el nacionalismo está reñido con la democracia. Si usted escarba en las raíces ideológicas del nacionalismo, éstas son un rechazo de las formas democráticas, un rechazo a la coexistencia en la diversidad, que es la esencia de la democracia. Por eso yo combato el nacionalismo en todas sus manifestaciones.” – Mario Vargas Llosa, 1936. Escritor y ensayista peruano. Premio Nóbel de Literatura. La ideología del siglo XXI debe ser el humanismo global, pero tiene dos peligrosos enemigos: el nacionalismo y el fundamentalismo religioso… El nacionalismo es algo intrínsecamente malo por dos motivos. Primero por creer que unas personas son, por su pertenencia a un grupo, mejores que otras. Segundo, porque cuando el problema es el otro, la solución implícita de este problema siempre será el otro”. Ryszard Kapuściński, 1932-2007. Periodista, escritor y poeta polaco. “El nacionalismo en general es imbecilizador, aunque los hay leves y graves. Algunos atontan y otros son virulentos. Gente sin conocimientos históricos son -entre otras- su caldo de cultivo. El nacionalismo es una inflamación de la nación, igual que la apendicitis es una inflamación del apéndice”. Fernando Savater, 1947. Filósofo e intelectual español. “Las doctrinas del nazi fascismo, el comunismo, el nacionalismo, etc., son manifestaciones idiotas; mas quienes creen en ellas logran caldear enormemente sus corazones a través de estas creencias; y esta excitación inmediata les hace olvidar los desastres a largo plazo que son la consecuencia inevitable de semejantes creencias.” Adoux Huxley, 1894-1963. Novelista, ensayista, crítico y poeta inglés. “El nacionalismo tiene un núcleo fanático de exclusión y de la negación de la diferencia. Trata de convertir a la nación en una especie de comunidad de creyentes. Tiende a destruir la heterogeneidad que puede haber dentro de un Estado. Es necesario “desterritorializar” la identidad nacional y favorecer un pluralismo de identidades dentro de una sociedad internacional”. John Keane, profesor de Ciencias Politicas en la Universidad de Sydney y en la Wissenschaftszentrum de Berlin. El concepto de nación aparece en la Baja Edad Media. En los siglos XV-XVI se fraguan en Europa los primeros estados nacionales: España, Inglaterra, Francia o Portugal. Primero el principio de soberanía estaba encarnado en la persona del rey por una exageración del concepto cristiano de que todo poder viene de Dios. Después, con la Revolución francesa, ese principio de soberanía residirá en la nación.
El nacionalismo no es solo amor a la tierra donde uno ha nacido y que nos ha ayudado a crecer y a conformar nuestra identidad cultural. Más bien es una ideología que convierte a la nación en fin en sí mismo, donde el individuo se siente obligado a dar su lealtad suprema al Estado Nacional, su devoción total por el cual la nación se convierte en un fin absoluto. Cuando se produce esa elefantiasis o nación como concepto absoluto surgen también sus fiestas nacionales, sus panteones nacionales, sus banderas nacionales, su guardia nacional, etc., además de sus propios mitos. Pero no solo eso. También aparecen los sacrificios: la guerra ahora es un asunto de todos, por tanto, el servicio militar llega ser obligatorio en muchos casos. Surge en la historia todo ese proceso y eso conlleva también el nacimiento de la guerra moderna, con el consiguiente sufrimiento de millones de personas, crecimiento de la violencia y demás dramas existenciales. Es la aparición de una religión cívica donde el Estado lleva a cabo ahora funciones (inscripción del nacimiento, vida y muerte de la persona) que antes correspondían solo a la Iglesia. Aparecen altares y expresiones como “El ciudadano nace, vive y muere por la Patria“, o “Todo por la Patria.” Además, se procurará afianzar ese espíritu nacionalista a través de la educación (el nacionalismo siempre ha usado la escuela para adoctrinar y construir su propia ideología), donde también se impondrá un aspecto que suele ser decisivo: la homogeneización lingüística. De manera progresiva van conformándose nuevas naciones con sus respectivos ejércitos y sistemas de educación y con la mirada puesta en el pasado, en las tradiciones y en sus propios mitos: Alemania, Italia, Rusia, Polonia, Hungría, Rumanía, Checos, Eslavos, etc. Lo mismo ocurre en la América Latina (Simón Bolívar) y en África, con la aparición de nuevos Estados después de la colonización. Y hoy día, la presencia del nacionalismo como ideología se manifiesta también en el problema anglo-irlandés del Úlster, en la difícil convivencia entre valones y flamencos en Bélgica, o los nacionalismos vasco y catalán en España. Con el nazismo en Alemania, ciertas formas de racismo en Estados Unidos y Sudáfrica, o el etnocentrismo como tendencia emocional que hace de la cultura propia el criterio exclusivo para interpretar los comportamientos de otros grupos, razas o sociedades, el nacionalismo todavía encontró un modo más de envilecerse, siendo causa todavía mayor de ingente sufrimiento. Por qué el éxito del nacionalismo Si el nacionalismo tiene éxito es porque utiliza medios más sentimentales que intelectuales y que suele encontrar eco en el alma humana. La unidad es fácil en cuanto algo toca el corazón y las pasiones. Se suele encontrar una gran carga de sentimiento religioso, aunque secularizado. Por ejemplo en el “amor sagrado a la Patria” del himno nacional francés. El nacionalismo mantiene una visión reduccionista de la naturaleza humana. Poner el énfasis solo en la pertenencia a una nación específica, a una raza, etnia o cultura determinadas hace muy difícil la apertura al otro y la comunión con los demás. Y eso es vital para que se sea más humano, para el diálogo intercultural y sentirse más parte de la raza humana, reconociendo la dignidad intrínseca de toda persona. El nacionalismo se empobrece, se queda pequeño y oscuro cuando se cierra a otros horizontes existenciales y deja de enriquecerse con la comunicación interpersonal. Aunque algunos intentan diferenciar entre nacionalismo y ultra nacionalismo, la realidad es que no hay ‘grados’ de nacionalismo, porque el nacionalismo en sí lleva ya en su propio seno el germen de la absolutización (nosotros/ellos) y la exclusión por método del otro. Solo hay que conocer un poco la historia, como por ejemplo dos horrorosas guerras mundiales además de infinidad de conflictos bélicos entre distintas naciones del mundo, para poder percatarse del carácter sectario del nacionalismo y de cómo ha sido y sigue siendo una verdadera lacra para la humanidad. Y ese espíritu contendiente, disgregador, nefasto y repugnante hasta la náusea del nacionalismo, puede también apreciarse en ocasiones en el deporte, cuando éste deja de serlo y se convierte en ocasión para el insulto, la descalificación gratuita, el desprecio e incluso la violencia hacia “el otro”. Lo que ilustra muy bien que la línea divisoria entre el simple amor a la patria y el nacionalismo más recalcitrante es a menudo demasiado delgada. |