UN MONSTRUO GRANDE Y PISA FUERTEDANIEL BRUNOVivir en la entrañas del monstruo apocalíptico, batallando sin aceptar su marca.
León Gieco pensó en esta imagen para referirse a la guerra, en general, como concepto. Un monstruo que va caminando y dejando a su paso muerte, dolor, destierro. ¿Qué otra imagen usar para describir una realidad semejante, monstruos, sombras negras que cubren el cielo, dejando a las poblaciones sin capacidad de reaccionar?
Juan, el escritor del Apocalipsis, también usó estas imágenes, pero para referirse al poder detrás de las guerras: los imperios. Porque las guerras no las comienzan los pueblos sencillos, sino los imperios con su sed de mayor poder. Apocalipsis 13 y 17 no son visiones del futuro puestas allí para generar una lotería de adivinanzas sobre la identidad de la bestia. Son imágenes del pasado del pueblo de Israel y del presente de los primeros cristianos, azotados por los imperios de turno: Babilonia primero, Roma después. Imperios que pisaron fuerte y destrozaron las esperanzas, las realidades y la cultura de la gente… Cuando Juan escribió el Apocalipsis, Jerusalén ya había sido arrasada por Roma. El cristianismo nació y creció en las entrañas mismas del monstruo, muchos cristianos lo resistieron y vencieron desde adentro; a otros los asimiló y pasaron a ser parte de su organismo, siendo funcionales a su metabolismo. Hoy sucede lo mismo. Jesús advirtió sobre ataques con mensajes que matan el ánimo (alma) (Mateo 10.28). Ya Jeremías se lamentaba por las mentiras que el pueblo había creído y que solo les traerían males mayores: “Algo feo y espantoso ha ocurrido en la tierra: Los profetas anuncian mentiras, y los sacerdotes dirigen por su propia autoridad. ¡Pero mi pueblo así lo ha querido! ¿Y qué van a hacer cuando les llegue el fin?” (Jeremías 5. 31 RVC). Lo más duro de este texto es: “¡Pero mi pueblo así lo ha querido!” Hay mensajes diseñados para ganar guerras sin pelearlas… ganando voluntades, debilitando resistencias. Roma garantizaba a sus territorios anexados seguridad y protección contra los bárbaros, a cambio de sus impuestos. Muchos lo aceptaban como normal. El imperio británico les hizo creer a los pueblos nacientes de América del Sur que era mejor depender económicamente de ellos que ser súbditos de la corona española. Por eso, se mostraron tan solícitos en “ayudar” en la independencia americana, todos les agradecieron y, aún hoy, algunos de ellos figuran como héroes de nuestras patrias y los homenajeamos con nombres de calles. La “seducción” para captar voluntades siempre ha sido un arte manejado magistralmente por los imperios como alternativa de primera instancia, antes de una acción directa la cual conllevaría mucho más costo político, económico y, a la larga, despertaría mayor resistencia. No obstante, cuando la seducción instrumentada no alcanza, comienzan a trabajar los verdaderos creadores de realidades, para lograr los mismos objetivos por otros medios. Cuento una experiencia: tuve la triste oportunidad de estar en Nueva York durante el episodio de las Torres Gemelas. Durante los primeros minutos luego del desplome, ningún medio se atrevía a decir palabra alguna. A los veinte minutos, la cadena CNN comenzó a emitir imágenes de unos niños palestinos festejando en las calles con una bandera palestina. El mensaje era directo. Las imágenes se sucedían, las torres cayendo, los niños festejando, voz en off hablando de “pequeños activistas de la intifada”, una y otra vez la misma secuencia. A los pocos minutos, comenzaron los saqueos a los negocios y ataques en los barrios árabes de Nueva York; los antiguos vecinos veían en cada rostro aceitunado a un enemigo mortal. Pocas horas después, se descubre que las imágenes del festejo de los niños palestinos pertenecían al año 1991, en el marco de la Guerra del Golfo. Por supuesto, CNN desmiente la versión, pero la mancha ya había comenzado su expansión. La historia posterior es conocida: a la economía americana le convino redirigir la responsabilidad. “El eje del mal”, declaraba Bush; entre ellos, se encontraba Irak, un buen candidato. Además, tenía mucho petróleo. El concierto de medios comenzó a diseñar la estrategia. Muchos cristianos se sumaron para hacer renacer la intolerancia religiosa y la confrontación cristiano-musulmán. Buena oportunidad para invadir la zona, varios pretextos ayudaban, solo había que preparar a la opinión pública. El Pentágono y los medios crearon la mentira de la existencia de armas nucleares en Irak, excusa mentirosa que el mismo secretario de defensa se encargó cínicamente de confesar: “Nos equivocamos”, pero lo hizo después de que el objetivo había sido logrado, el petróleo iraquí ya había sido saqueado y el pueblo masacrado. ¿Cómo podemos justificar y tolerar este cinismo en nuestra propia cara? La respuesta es alarmante: ¡no lo vemos! Miramos la realidad través de los ojos de los grandes medios que la recortan y la enfocan sobre aquello que interesa que se vea y dejan afuera aquello que no desean que se vea. Consumimos mensajes que falsean la realidad. Seguimos creciendo en las entrañas del monstruo y nos asimilamos a su metabolismo. La comunicación de la información pasó a ser una industria clave y estratégica para el dominio mundial. Poder económico y conglomerados mediáticos son dos caras de una misma moneda. Descubrieron que es una muy buena inversión poseer la hegemonía de los medios de comunicación. En América Latina, por ejemplo, entre Televisa en México, O Globo en Brasil, el grupo Clarín en Argentina y el grupo Cisneros en Venezuela, poseen la hegemonía de lo que los latinoamericanos vemos, oímos y leemos. Y sabemos que la interpretación de la realidad es selectiva. Parafraseando a Bernard Cohen (1): “los periódicos pueden no tener éxito al decirles a sus lectores cómo pensar, pero son muy exitosos en indicarles en qué tienen que pensar”. Suficiente para que al tiempo también terminen incidiendo en cómo ese público pensará. Ahora bien, esta creación de realidades falsas, por mutiladas y deformadas, ¡es un gran mensaje totalizador que a los cristianos nos debe alertar! Como ciudadanos, somos manipulados en nuestras decisiones y “formateados” en nuestras subjetividades. Este hecho pone en juicio el concepto mismo de democracia. Para poder decidir sobre su futuro, el pueblo debe hacerlo con una información equitativa y amplia, de lo contrario, terminará defendiendo los intereses de los que fabrican el gran mensaje y no los propios. Les darán el poder a aquellos que serán sus propios verdugos. Es un fenómeno mundial, que en América Latina se ve claramente: las medidas económicas antipopulares que anteriormente demandaban un golpe de Estado para imponerlas, hoy son instrumentadas con facilidad mediante el poder de penetración del mensaje del monstruo grande que pisa fuerte. Como cristianos, rechazamos la marca de la bestia, no podemos caer bajo el influjo del mensaje totalizador. ¿Qué hacer frente a semejante poder, además de orar? Si el poder del monstruo radica en ofrecerse como mediador de nuestra mirada, como intérprete oficial de lo que sucede, entonces, deberemos reafirmar uno de los grandes postulados de la Reforma Protestante: ¡¡¡no hay mediadores, ni para la salvación, ni para la información!!! Si no aceptamos el magisterio de la Iglesia para que nos “lea” la Biblia, tampoco podemos aceptar mansamente el magisterio del poder que nos lee la realidad según sus intereses. Bernard Cohen fue uno de los primeros en estudiar el llamado Agenda-Setting, el armado de agenda que fabrican los medios para decidir sobre qué temas enfocarán sus lentes cada día. Daniel A. Brunoes pastor metodista en Argentina. Profesor de historia, licenciado en teología en ISEDET y Master en Divinidad en Drew University, New Jersey. Es director del Centro Metodista de Estudios Wesleyanos (CMEW) de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina. Dirije la Revista Evangélica de Historia.
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