YO TAMBIÉN ME ABURRO EN LA IGLESIA
RUBÉN GÓMEZ
Pues sí, quiero que sepas que no estás solo. Yo también me aburro en la iglesia. A mí también se me hace cuesta arriba obligarme a asistir fielmente todos los domingos al culto. Cada semana me digo a mí mismo que esta vez será diferente.
Pues sí, quiero que sepas que no estás solo. Yo también me aburro en la iglesia. A mí también se me hace cuesta arriba obligarme a asistir fielmente todos los domingos al culto. Cada semana me digo a mí mismo que esta vez será diferente: que la alabanza musical no será una actuación más, que las oraciones serán distintas, que la predicación será una auténtica exposición de las Escrituras, que las conversaciones con los hermanos y hermanas en la fe no serán banales, que la rutina de la “no liturgia” no podrá conmigo… De verdad que lo intento, igual que tú, pero invariablemente caigo presa del aburrimiento. Y lo peor es que el aburrimiento prolongado conduce al desánimo, y del desánimo es muy difícil salir.
Conozco a muchos aburridos, como tú y como yo. Algunos han dejado de congregarse y ya no están desanimados; ahora son unos amargados. Otros han cambiado de iglesia y han trasladado su “aburrimiento” de una congregación a otra. Otros más, quizás la mayoría, adoptan una especie de “pasotismo” a modo de mecanismo de protección. El resultado es que vivimos inmersos en la inanidad. En la superficie todo sigue igual, todo va bien, pero en cuanto se escarba un poco, y la vida es muy tozuda y tarde o temprano acaba escarbando, desaparecen los topicazos, las frases hechas, las explicaciones manidas, y nos encontramos desnudas, desnudos, desamparados y solas. Y que nadie piense que el aburrimiento solamente afecta a las “ovejas”. ¡En absoluto! Los diáconos, ancianos y pastores aburridos son legión. Corre por ahí una leyenda urbana según la cual un pastor soñaba que estaba predicando en su iglesia, hasta que al despertar se dio cuenta de que no estaba soñando… ¡Qué triste es ver a hombres y mujeres que un día decidieron dedicarse a una tarea tan noble como la predicación del Evangelio y la cura de almas convertidos en funcionarios que se limitan a cubrir el expediente! El aburrimiento no surge por generación espontánea. Es un fenómeno propio de sociedades modernas, ociosas, saciadas, caprichosas, pagadas de sí mismas, que se creen el ombligo del mundo y no ven más allá de sus propias narices. Y precisamente para combatir el aburrimiento ha surgido toda una potente industria que se ha dado en llamar la industria del entretenimiento. Y justamente ese concepto aparentemente inofensivo, “entretenimiento”, es el que se ha venido manejando y aplicando en algunos sectores para poner coto al “aburrimiento eclesiástico”. Algunos creen que si convertimos al pastor o pastora en un “showman”, el grupo de alabanza en una “banda”, el templo en un “auditorio”, la congregación en “público”, y lo aderezamos todo con una buena dosis de luces, colores, sonido e imágenes, se habrá acabado el aburrimiento. Craso error. En primer lugar, la inmensa mayoría de los espectáculos que puede ofrecer el mundo son mucho más entretenidos de los que jamás podrá ofrecer cualquier iglesia. En segundo lugar, y más importante todavía, el único espectáculo que debe verse en una iglesia cristiana es el “espectáculo de la cruz”. Los tiros no van por ahí. La culpa de que tú y yo nos aburramos en la iglesia no es de los programas, de la liturgia, de los demás. Será que nos hemos acostumbrado a que nos den en lugar de dar, o que hemos perdido la perspectiva de lo que significa ser cristiano, o que el Pisuerga pasa por Valladolid. Lo cierto es que la solución está en nosotros. Mejor dicho, la solución es Jesús en nosotros. Es verdad que me puede aburrir la iglesia, o los que hablan en nombre de Dios, o los que cantan alabanzas y al concluir el culto no te dan ni los “buenos días”. Todo eso aburre, y a veces aburre muchísimo, pero Jesús no. El Señor fascina, su Palabra fascina. Lo que tengo que hacer, lo que tenemos que hacer, es dejar que la pasión de Jesús, de la Palabra de Jesús, del Espíritu de Jesús se abra camino en medio de nuestras circunstancias. No esperemos a que cambien los demás, a que cambien las circunstancias. ¡Cambiemos nosotros! ¡Solamente hay una cosa más contagiosa que el desánimo: el entusiasmo! Primero hay que reconocer que estamos aburridos. Después hay que rebelarse contra ese aburrimiento y poner de nuestra parte para que eso cambie. Y el cambio puede (y debe) empezar por cosas pequeñas y sencillas. El próximo domingo plantéate qué puedes hacer tú. Interésate por alguien en concreto, habla con él o ella y oren juntos. Hazle alguna pregunta al pastor o predicador sobre el sermón, algo que le obligue a pensar, que le estimule a prepararse más y mejor. Saluda a todas, todos, especialmente a los que no suelen saludarte a ti. Que no te importe lo que hagan los demás; atrévete a tomar la iniciativa y deja que el Señor te cambie a ti. Sí, amiga, amigo, estoy aburrido. Pero sobre todo estoy aburrido de estar aburrido. Aburrido de palabras huecas, aburrido de personas huecas, aburrido de formar parte del problema y no de la solución. Así que voy a tomar medidas para que esto cambie. Mi misión en la vida no es cambiar a los demás. Mi misión es dejar que Dios me cambie a mí y me utilice. ¿Quieres acompañarme? Rubén Gómez
Rubén Gómez es pastor, escritor y traductor, sirviendo en España.
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